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Ser o no ser de izquierdas

octubre 4, 2007

Todos los días o casi todos me pregunto qué es ser de izquierdas. ¿Ser de izquierdas es un estado de opinión o de ánimo? ¿Es una manera de comportarse? Estoy por pensar que es una moda para parecer joven y alternativo. Antes era más fácil, estaba la Unión Soviética y ellos eran la izquierda. Después se reveló que no, pero durante mucho tiempo esa fue la referencia de lo considerado IZQUIERDA; de la otra parte, Estados Unidos, era la DERECHA. El mundo, con un cierto maniqueísmo, lo entendíamos de esa forma. Hoy oigo gente de izquierdas que votan a Sarkozy y a la vez están de acuerdo con el totalitarismo de Fidel Castro. El marido de una amiga vota IU y es el campeón mundial de la homofobia. No es tan simple como que por estar contra la guerra en Iraq seas de izquierda o aquel, favorable a los matrimonios entre personas del mismo sexo también lo sea. Izquierda y Derecha quizás sean ya la misma cosa u otra distinta, o simplemente en el marasmo sociopolítico del siglo XXI los significados se han trastocados. La cotidianidad me desorienta, no sé si mi brújula ideológica ha perdido el sentido, está averiada o qué coño le pasa. Mi jefe es el típico progre de izquierdas, apariencia juvenil y desandada, un falso bohemio, porque sus zapatillas y su camiseta colorada son de una marca tan cara y globalizada que no todos podemos, ni queremos comprar. Pero no voy a insistir en las formas, porque al final, no importan tanto como el contenido y ahí está lo peor de mi jefe de izquierdas. Maltrata a sus subordinados y cuando alude a nosotros, incluso en nuestra presencia, lo hace como si fuéramos esclavos díscolos que se atreven a pedir el pago de las horas extras o un contrato estable. Nuestro jefe de izquierdas, entusiasmado defensor del PSOE y por tanto de su cacareada política social, cuando escucha cualquier reclamación sindical echa espumarajos por la boca y suelta el ultimátum de que al que no le guste que se vaya.
La humanidad, es de las características esenciales de la izquierda y probablemente la que más la diferencie de la derecha. A esta certeza primigenia me aferro, tras la debacle que nos dejó el final del siglo pasado. Me asquea pensar que nos llamamos de izquierda por las razones sociales que defendemos, muchas veces incoherentes, a cómo vivimos o cómo nos comportamos, sea para ejercer el poder o el Gobierno -da igual- de un entero país o de un grupo de 12 trabajadores precarios. Atomizar a los subordinados inconformes, obviar las prácticas explotadoras de la empresa y hostigar a los empleados que buscan la protección sindical no es ser de izquierda, aunque mi jefe y otros tantos al frente de partidos o simples militantes intenten disimularlo. Ser de izquierda es más difícil que ser de derechas. Y lo digo también por mí, que cada día hago este ejercicio de conciencia para recordar quién soy y cómo quiero comportarme con los demás.