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Poema C de Dulce Ma Loynaz

Habíamos caminado mucho, pero ahora ya era todo tan firme,
tan exacto, que una profunda sensación de consuelo nos invadió
serenamente, empezó a circular despacio, como aceite vertido en
nuestras arterias.

Aquel era el lugar; aquella , la casa. Y aunque nunca la
habíamos visto, la reconocimos desde el primer instante como si
hubiera hablado en el encuentro la voz de la sangre.  Una sangre
misteriosa que hubiera estado siempre trazando sus caminos en
el aire.

También de «dentro» nos reconocieron, porque encendieron
todas las luces y abrieron de par en par todas las puertas.

Fue entonces, cuando vimos a través de los cristales, a través de
las paredes, a través de nuestra vieja ceguera, que todo lo perdido
estaba allí, reunido cuidadosamente con paciencia de amor y
silencio de fe.

Allí guardados el primer sueño, las alegrías olvidadas, la rosa
intacta de nuestra adolescencia, el agua vertical que fue al principio.

Y mientras contemplábamos suspensos la deslumbradora,
inesperada riqueza, el tiempo fue perdiendo toda su premura, y el
alma toda su angustia, y el mundo todo su imperio.

Y fue así que nos echamos a dormir al pie de las ventanas
iluminadas… Creo que sí, que nos dormimos… La noche estaba
quieta; y ya los ves: no entramos en nuestra casa.

Dulce María Loynaz (La Habana 1903-1927)

Un comentario

  1. […] oportunidad? Lo segundo, y esto tampoco es negociable, para tranquilizar mis anticuerpos y dejar entrar a alguien en mi casa exijo-necesito que le guste la música. No me importa cuál, no me asustan los gustos variopintos o […]



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