Archive for the ‘demonios del corazón’ Category

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Estados de ánimo

enero 9, 2010

Te lees un libro, una poesía y se acaban las páginas sin enterarte. Ves una película, dos, tres, una detrás de otra para conseguir aturdirte y pensar que no existe otra realidad que esta de la pantalla. Pruebas contigo misma y te quedas en la cama jadeante e insomne.  Asistes al teatro de la mano del frío, esperas a Nadie bajo la marquesina luminosa. Te sientas al lado de unos desconocidos y por la hora de función ríes al unísono, como si sus carcajadas fueran las tuyas, en un acto de apropiación indebida, pero -visto el caso- lícito.  Al final aplaudes simultáneamente, ellos no usan tus manos, tampoco  tocas las suyas. Regresas a esta casa, que de ahora en lo adelante no será más ‘tu’ casa, sino solo ‘esta’.  Te llama alguien, se interesa por ti unos minutos, tu voz habla y hasta hace un par de chistes en tu nombre. La conversación acaba y solo queda el vacío en el que resuenan impacientes los latidos de tu corazón.

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Prohibido mirar por el retrovisor

enero 2, 2010

Desde el retrovisor miro el panorama. Mi vecino del fondo a la derecha se saca un moco y lo examina como si fuera un objeto precioso, pero solo es un trozo de su intimidad que le robo a través de mi espejo;  lo miro hasta donde puedo soportar el asco y desvío mi atención a la pareja que ocupa el coche que queda justo a mis espaldas.  No se hablan, porque quizá ya se lo han dicho todo o peor, nunca han tenido nada que decirse. Ambos observan por sus ventanillas, él acaricia con sus ojos el coche de al lado y la mirada se le derrite de lujuria por ese Audi que ocupa sus sueños de chaval con cara de ansia. A ella no consigo descifrarla, por más que trato no encuentro cuál es el objeto de su atención. Tiene tanto maquillaje que sus pupilas se ahogan en una mancha de pintura y artificio.  La boca es un gesto entre resignación y rabia.  Tal vez me equivoco y él solo es el hermano que la lleva a una cita en el dentista. Es demasiado tarde y los dentistas no trabajan los sábados, me desdigo.  Imagino qué música suena en los otros coches. A mi lado, ninguna, porque este habla por el bluetooth y gesticula como un loco. El de los mocos, podría estar escuchando a Rihanna. La pareja  tiene sintonizado a los 40 principales y él golpea el volante al ritmo de ‘Esclavo de sus besos’ , de David Bisbal. Aprieto el acelerador, mientras  ‘Lonely stranger’,  de Eric Clapton se mete por debajo de mi tristeza.  Tengo que dejar de mirar por el retrovisor y aceptar la indecente proposición del parabrisas. Ese es mi proyecto para el 2010.

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Yo no sé nada

diciembre 22, 2009

Yo no sé nada

Tú no sabes nada

Ud. no sabe nada

El no sabe nada

Ellos no saben nada

Ellas no saben nada

Uds. no saben nada

Nosotros no sabemos nada

 Oliverio Girondo

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CO-HE-REN-CIA

diciembre 10, 2009

Coherencia.(Del lat. cohaerentĭa).

1. f. Conexión, relación o unión de unas cosas con otras.

2. f. Actitud lógica y consecuente con una posición anterior.

3. f. Fís. cohesión.

Fuente: Diccionario de la Real Academia Española

DE UNA PARTE nuestro jefe, que nos humilla, que nos amenaza con deshacerse de nosotros, gracias a nuestros endebles contratos, que no toma en cuenta nuestras opiniones y la mayoría de las veces ni siquiera nos escucha; un tipo que aplasta nuestra iniciativa como si de un insecto molesto se tratara.

CONSIDERANDO que tenemos que soportar sus cuentos intrascendentes durante las comida, esos días en los que intenta ser el coleguita de a pie y nos pregunta por nuestro grupo favorito de la adolescencia, mientras a mí me viene  una naúsea profunda desde el fondo de mi estómago.

CONSIDERANDO y como agravante que además  se suma la jefa más jefa, un personaje deleznable que al coincidir en un estrecho pasillo ni siquiera nos saluda, porque cómo un ser superior va a dedicar un segundo de su existencia a decirle ‘hola, buenos días’ a organismos de otras especies sociales, primitivos e inferiores, como nosotros.

DE LA OTRA PARTE, nosotros, profesionales vilipendiados, mal pagados, curritos que quieren despedir el año bebiéndose unas copas, riéndose, disfrutando de su pequeña venganza del pringao.

Los HECHOS aquí planteados que el jefe y la Superjefa imponen su presencia, se cuelan en nuestra cena, se sientan a nuestra mesa e intentan esa noche convencernos de su cercanía, de su pertenencia al grupo. 

El RESULTADO:  todos nos quejamos de la presencia de la autoridad, de los intrusos, nos lamentamos de lo inoportuno de tener en la mesa a los JEFES.  Todos vamos a ir a la cena de Navidad con los JEFES.  Yo necesito  ser coherente en su segunda acepción.

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Contradicciones de una oveja

noviembre 4, 2009

En las dictaduras, las personas son controladas en contra de su voluntad.  Los individuos son etiquetados y nombrados como una masa uniforme; a los más incómodos o intranquilos les abren expedientes, con fotos e  informes que otros escriben sobre lo que ellos dijeron en tal o más cual momento. Detalles que -nunca se sabe cuando- servirán para incriminarlos.  En las  dictaduras muchas personas eligen el anonimato, los espacios abiertos y evitan hablar demasiado.  En las llamadas democracias, las personas nos  etiquetamos nosotros mismos, por iniciativa propia colgamos los recuerdos más personales -como expedientes-  en lugares donde cualquiera pueda verlos, revelamos a voces nuestros gustos y preferencias,  respondemos sin pudor a las preguntas que empresas interesadas en sus clientes nos mandan a la dirección que dejamos a la vista de todos. En estas democracias, las personas nos abrimos alegremente  una cuenta en Facebook y  otra en Twitter para alistarnos sin reservas al archivo humano más grande y peligroso que existe…¿Para combatir las dictaduras?

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Una voz decía…

septiembre 2, 2009

Salía de mi curro casi corriendo por el pasillo para alcanzar la puerta cuanto antes.  A mis espaldas, unos pasos y una voz que decía casi susurrante:  «Estoy cansado de las cosas, tío.  Hoy o mañana llegaré a casa y empezaré a tirarlo todo por la ventana o mejor, regalaré las cosas que tengo, porque no quiero nunca más sentirme atado a nada, a nada».  Me estremecí cuando escuché esto, era la voz de una persona joven, un chaval. Las palabras tenían un tono sincero y se me metió dentro «el nunca más sentirme atado a nada».  La tentación hizo que me volviera, quería verle la cara, los ojos, ponerle cara a tanta generosidad.  Me volví sin más y lo ví. Tenía en las manos un manojo de folios, donde leía, era el guión del programa que estaba por empezar. La puerta del plató se entreabrió de golpe y escuché con claridad el rugido del público .  Era el espectáculo que comenzaba.